El de la mirada torva es Discepolín. La suerte es grela. Mira desconfiado desde adentro de su sobretodo negro una escena un tanto irreal. La señora, bien vestida, reparte muñecas. Las niñas y las madres la adoran. –Santa! Es el grito general. En Buenos Aires el sol aún es brillante y en los patios de las casas el asado es el símbolo de la democracia peronista. En el Jockey Club putean de lo lindo. Evita cabaretera, Perón cornudo, los cabecitas se creen los dueños del mundo. Juan Duarte putaniero. Les cae baba de rabia por la comisura de los labios, que secan en tragos de whisky importado y acompañan con puros cubanos. Hay solo dos cosas que nos le preocupan y por la cual aunque lo detestan, están seguros de Perón: en su anticomunismo y en que por más que los vapulee como enemigos del pueblo no les va a tocar la propiedad de las tierras y de las fábricas. Es uno de ellos, es un militar. Pero eso de pretender que en el trabajo manden los sindicatos si que es intolerable. Que la bastarda se vista de reina y desplace a las damas de caridad, es inconcebible. ¡Qué viva el cáncer! Eso es odio. Es la lucha de clases, diría Carlitos Marx.
Discepolín contempla con una fina risa de ironía. Los hermanos Lamborghini con una risa de arrabal le dibujan en la frente una arruga de escepticismo. Marechal es un angelito culón que eleva al territorio de la metafísica, el olor de los chinchulines de la parrilla peronista. De casa al trabajo, del trabajo a casa. Ya no hay más 17 de octubre, ni patas en la fuente. Eso es evitar la lucha de clases, diría Carlitos Marx. El hogar es el lugar del trabajador. El salario su condena eterna. La política asunto de Perón. El truco con el vermuth y algún pirigundín al cobrar la quincena.
Lo que no soñó Discepolín es lo que ocurrió. Un raid de pájaros de acero bombardeando a la gente en la Plaza. Los trolebuses, cargados de niños, ardiendo. Los obreros con palos y ganchos poniéndole el cuerpo a las balas. Los Gloster de la marina huyendo a Montevideo. Perón proclamando ser presidente de todos los argentinos. Los marinos nuevamente golpeando. Perón huyendo en una cañonera paraguaya. El Jockey Club celebrando el fin de la tiranía y la sirvienta barata. El orden natural de las cosas piensa la señora de Mendiguren Anchorena. Los muchachos piensan que el enemigo son los patrones, los cogotudos, los yanquis y los milicos. Hacen huelgas, ponen caños y gilletes en los toboganes de Barrio Norte.
El mundo fue y no será una porquería Discepolín. Lo que decide es la lucha de clases, diría Carlitos Marx
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