El vomito fue limpio y claro.
Un luminoso charco de bilis sobre el charco verde.
Unos pedazos de pollo flotando en él.
La luna.
Oculta tras grises nubes.
Una fría llovizna sobre el rostro.
No estoy borracho.
Falta mucho para ello y la noche
aún es temprana para que suceda.
Apenas he tomado unos pequeños pases de cocaína
peinados sobre un libro fotocopiado y encuadernado:
“Los sindicatos soviéticos”.
Bebo mi vaso de cerveza Heineken entre pase y pase.
Pequeños y moderados arrebatos.
Me sorprendo a mi mismo.
La noche mareada me abraza.
Me ofrece su culo desnudo y
su sonrisa.
Imposible negarse.
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