jueves, 21 de mayo de 2009

La cabeza de Villar y Margaride


“Montoneros, el pueblo te lo pide queremos la cabeza de Villar y Margaride” gritaba Abel en aquel acto callejero de la jotape. De golpe una lluvia de gases contra la manifestación y las balas de goma. Abel corrió con sus compañeros y saco la 38 de su cintura. “Montoneros, el pueblo te lo pide queremos la cabeza de Villar y Margaride” seguía gritando cuando diviso que se acercaba una patrulla para comenzar la cacería de militantes. Abel disparo auto. Sintió el impacto de la bala a pesar del griterío, un duro sonido metálico. Hizo un total de tres disparos para contener a los canas y permitir que sus compañeros se replieguen. Luego corrió por una calle lateral a la de la Avenida y busco refugio en un edificio de oficinas que tenia sus puertas abiertas. Corrió por las escaleras hacia arriba hasta que topo con una empleada de oficina que estaba con sus polleras levantadas masturbándose en el entrepiso. Abel se quedo helado, no lo podía creer. Ella era una rubia bonita que seguía en la suya a pesar de su presencia. Ella acabo silenciosamente. Se paro, era alta para Abel, y se acerco a él. Se puso el dedo en la boca pidiéndole silencio. Abel estaba duro. Con una mano la rubia lo apoyo contra la pared y con la otra mano busco la bragueta del hombre. Se agacho y comenzó a practicarle sexo oral. Abel acabo en su boca. -¿Tan pronto querido? Le susurro la rubia y se largo.
Abel quedo quieto un rato y pensó que ya había pasado demasiado tiempo allí, decidió volver a la calle. Lo peor de la represión ya había pasado, pero Abel tenía la cabeza en otro lado, en la extraña situación que había vivido en el edificio. Camino abstraído unos metros. Sintió el estruendo de un disparo y un golpe metálico en su espalda. Cayo de rodillas, desde un auto Falcón creyó ver bajar al mismísimo comisario Margaride. Abel se dejo ir.
“Montoneros, el pueblo te lo pide, queremos la cabeza de Villar y Margaride” cantaban sus compañeros a lo lejos. La rubia se asomo por la ventana de la oficina. Vio los patrulleros y adivino en el hombre muerto a su reciente amante. Se encerró en el baño y lloro, para luego masturbarse.

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