lunes, 22 de junio de 2009
Los héroes no cagan
Los héroes no cagan
1
Él se encontraba desnudo como la piel desnuda de su amante, Zoila, aquella joven y hermosa morena que había conocido poco tiempo atrás, cuando se hizo presente en la casa del padre de ella para solicitar un poco de alimento y refugio para sus hombres. Desde el instante que la vio sintió una gran atracción por sus piernas largas y morenas descubiertas mientras ordeñaba un poco de leche y experimento en su propio ser la incomodidad de saberla mirando con la manera lasciva y penetrante de una persona excitada. Fue como una atracción animal, para decirlo de alguna manera, pura pulsión sexual, de alguien hambriento, que llevaba días sin dormir y sin bañarse en aquella calurosa selva serrana.
Zoila lo vio aquel día desde el banquillo en que ordeñaba la leche y enseguida sintió la fuerza y la atracción de aquella mirada penetrante que le estremecía el cuerpo. Aquel hombre joven con su barba crecida y su uniforme verde olivo raído y sucio la atraía y despertaba en ella el deseo de salir de allí corriendo para no mostrar la incomodidad que la situación le producía.
La primera vez no lograron hacer el amor, el cansancio y el hambre pudieron más y aquel hombre prácticamente se desplomo desnudo frente a ella. Pero aquella tarde en un lugar del viejo granero del padre, el hombre desnudo contemplaba sentado de frente con su verga parada el cuerpo tendido de Zoila, el brillo de su piel oscura en los matices de la luz que se colaba por las hendijas del techo y las paredes del granero. Ambos sudaban, pero el sudor de ella daba brillo a la piel morena. Ella estaba tendida sobre un brazo en el que apoyaba su cabeza y jugueteaba con el pie sobre el miembro erecto del hombre que la contemplaba con una mirada tierna y penetrante, correspondida por una sonrisa plena de la boca carnosa de Zoila. El hombre extendió su mano a la exuberante mata de pelo que cubría la pelvis de su amante, justo encima de una hendija jugosa que el hombre adivinaba con la punta de sus dedos. Zoila se puso en cuatro patas y acerco su boca al sexo del amante. Olisqueo primero. –Que asquito chico. Y luego comenzó a besar el miembro y a tragarlo una y otra vez, mientras el amante gemía contemplando el culo enorme que se meneaba frente a el, al final de la espalda arqueada de ella, que devoraba su miembro.
A un costado la ropa de ella y el uniforme de él, sobre una mata de paja el fusil Garand y la cartuchera con las municiones. La luz que se colaba por las hendijas, el canto de ciertos pájaros de la sierra como fondo, sus gemidos. Aquella tarde Ernesto acaba en su boca, agrio semen que la mujer traga y escupe en su mano para frotárselo en el pecho. Aquello era para ella el sabor de la despedida del amante.
2
Él pasa una vista de recorrida a su tropa. Lucían cansados y hambrientos. Zoila lo contempla entre la tropa, el se acerca y la besa, pinchándole la cara con los pelos de la barba. Ella no se molesta, le susurra –cuídate. Él le encarga que le cuide el burro, su compañero de tantas batallas, hasta que regrese. Zoila asiente sabiendo las órdenes que obedece, pues ella también es una soldado del Ejercito Rebelde y sabe lo importante que es tan solo un burro para la causa.
La tropa comienza así su descenso de la Sierra Maestra hacia el Escambray, donde deberá atravesar, ríos, selvas, pantanos, cultivos de azúcar, evitando los caminos donde el ejército les pueda tender un cerco, para unir sus fuerzas a las del Directorio Revolucionario cerca de Las Villas. Unir las fuerzas de la revolución según las ordenes de Fidel, para lanzar una ofensiva hacia La Habana y terminar con la tiranía.
Zoila siente una enorme tristeza. Siente que va a perder aquel compañero o en el combate o con las mujeres del llano, blancas y con educación, no como ella, soldado del Ejercito Rebelde, morena guajira de la Sierra. El sabor de su semen en la boca, un ultimo beso y un burro, son todos los recuerdos que tendrá para atesorar, de aquel hombre que la flecho con una mirada intensa, tan cargada de deseo que le hice sentir en todo el cuerpo el día que lo conoció, en un rincón de la Sierra Maestra.
3
Como en una cinta de cine donde todo va rápido se suceden en el sueño del hombre los días anteriores, el pasado veloz e inmodificable. Recordó su propia despedida hacia nuevos campos de batalla “En cualquier lugar que nos sorprenda la muerte, bienvenida sea, siempre que ese, nuestro grito de guerra, haya llegado hasta un oído receptivo, y otra mano se tienda para empuñar nuestras armas, y otros hombres se apresten a entonar los cantos luctuosos con tableteo de ametralladoras y nuevos gritos de guerra y de victoria.” De repente el hombre despierta sobresaltado de aquel sueño, se encuentra solo y maniatado, suda, siente el sudor que le recorre la frente y los dolores de sus heridas, siente un profundo dolor en el estomago, es hambre, aún antes de morir siente hambre, se huele sucio y suspira, él que siempre había estado orgulloso de su asquito, se huele sucio y suspira. Mira sus piernas heridas, ni siquiera unas botas cubren sus pies, tan solo unos cuantos trapos duros y sucios atados, siente el ardor inconfundible de las llagas. Contempla aquel sitio lúgubre, solitario, mira un pizarrón, sabe que esta encerrado en una escuela. Piensa por un instante en su sueño. Se pregunta incómodamente porque recuerda aquella despedida de Zoila cuando todo llega a su fin, cuando los compañeros están muertos o desbandados, siente el sabor amargo de la derrota pero recuerda y se dice a si mismo “qué importan los peligros o sacrificios de un hombre o de un pueblo, cuando está en juego el destino de la humanidad”. Sus heridas lo molestan, calcula que podrán hacer con él, quien se habrá salvado para reorganizar las fuerzas. Se pregunta sorprendido que será de Zoila y se enoja consigo mismo, intenta rebelarse contra ese pensamiento en aquel momento donde la muerte se aproxima, maldice por su hambre y vuelve a rebelarse contra aquello. El hombre cree que delira, que son la fiebre y el dolor quienes le presentan la mala pasada de distraerlo en este momento clave. Él que nunca identifico la derrota, más que en el abandono de la lucha, se debate entre aquel sueño y la urgencia de saber que seré del proyecto luego de su muerte. Nuevamente cae rendido al sueño. Aparece su viejo amigo Camilo, se le presenta riendo a carcajadas desde la muerte lejana y le habla:
-Amigo los héroes no tienen sexo, ni sueños carnales, no cagan, no cojen, no eyaculan. Solo tienen derecho al martirio y al sacrificio, el goce y las cosas mundanas de la vida no son nuestro privilegio. Nuestros pequeños secretos de la Sierra, aquellos actos pequeños y solitarios, que hacían que nuestra dura vida de guerrilleros fuera rozada por imperceptibles y secretas caricias, mueren con nosotros y serán sepultadas en los libros de historia, que solo recordaran nuestras hazañas y nuestra obra. No tenemos derecho a una humanidad plena, no seremos jamás amantes, ni cobardes, ni tendremos miedo, por más que vos hayas escrito como corrías cuando la balacera era intensa. Los héroes no corren, no temen, no tienen pecados, en tú caso te perseguira el estigma de Jesucristo, que se corrió dentro de María Magdalena, pero solo el martirio en la cruz y la superchería del milagro lo recuerda. Mira que paradoja chico, tu que eres un ateo y socialista, que desafiaste el dogma de aquellos burócratas gordos y sin vuelo, que hedían a alcohol y cobardía, que nos aconsejaban la actitud poco heroica de rendirnos luego de haber obtenido la victoria, tu que no supiste rendirte y exigiste un hombre nuevo, sacrificado y heroico, estas condenado a ser cristianamente sacrificado, para que aquellos que despreciabas cubran con tu nombre sus propias miserias y cobardías. A partir de la muerte no nos habremos equivocado, como tú que adorabas al “camarada” Stalin hasta que descubriste la farsa que aquella figura escondía. Nadie sabrá lo que pensabas cuando leías el libro de Trotsky que llevabas en tu mochila, ni que pasaba por tu cabeza cuando vagabas sin rumbo al frente de una columna diezmada y acosada, denunciada con temor por aquellos campesinos a quienes prometías la tierra. Nadie sabrá si pensabas que aquello era un error o si tan solo sobrevivías hasta que la revolución ganara a aquellos que te denunciaban desconfiados y temerosos de sus propias vidas. Mírate aquí, en el momento de la derrota, soñando tan humanamente en la piel morena de aquella guajira con quien te revolcabas tan carnal y calidamente en tus breves descansos de la Sierra y a la que diste en cuidado un burro como despedida. Hablando con un fantasma que regresa de la muerte para recordarte que somos hombres cuyo sacrificio responde a una causa que cada tanto exige ser regada con la sangre de revolucionarios y los tiranos, tal como decía aquel gringo Tom Paine o Thomas Jefferson, la verdad no recuerdo como no lo recordaras tu, que al igual que yo nunca quisiste a los gringos que hoy son los que deciden tu muerte.
El hombre encuentra tranquilidad en aquel sueño, esta extenuado. Duerme y sueña con una sonrisa dibujada en sus labios.
4
Hace calor en la Habana y Zoila duerme una siesta bajo el ventilador de techo, esta desnuda y en su cuerpo siente los calores de su sueño donde se recuerda desnuda en la Sierra. Recuerda la piel y los olores de aquel hombre, invencible para ella, que un día partió hacia la batalla y la dejara encargada de un burro, como orden de despedida.
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