jueves, 5 de marzo de 2009

Leyenda


Corría el año 1936.

Aquel día los dueños de la Republica recibían a su invitado ilustre.
La patria estaba engalanada y lucia banderas norteamericanas
y celestes y blancas para celebrar tan distinguida ocasión.
El Presidente, los ministros, las honorables cámaras
de diputados y senadores se pusieron de pie
cuando ingreso al recinto Franklin Delano Roosveelt,
presidente de los Estados Unidos.

Sin embargo, la ceremonia fue alterada por un hecho inesperado.
Desde las gradas del Congreso de la Nación
partió un grito que interrumpió la solemnidad reinante.
¡Abajo el imperialismo!
(Como reza el Himno Nacional: Oid mortales el grito sagrado)
Fue todo un caos.

Franklin Delano Roosveelt, se sorprendió,
¿se atreverian esos indigenas a insultarlo?.

Los ministros, los diputados, los invitados, quedaron perplejos.
Aquello era un atentado al decoro y la santidad de las instituciones.
La patria no se podía dar el lujo de tal vulgaridad.
Las radios del continente retransmitieron aquel acto de oposición.

Todo era confusión y nerviosismo.
¿Quien fue se preguntaban?
El presidente Agustin P. Justo cerro los ojos con amargura.
Su rostro era sombrío y resignado.
Murmuro, se lamento: Ese es Liborio.
Su hijo.
Aquella elite aristocrática se vio humillada por su propia sangre.

Liborio lo entendió de otra manera.
Era una vindicación de los que el Imperio oprimía.
"Sentí que se expresaban ciento cincuenta millones de latinoamericanos.
que algún día habrán de repetirlo"
segun escribió más tarde en su autobiografía,
titulada provocativamente Prontuario.
Pero entonces Liborio ya era Quebracho,
aquella extravagante extravagante figura revolucionaria
que llego a ser comparada con un personaje de los Siete Locos,
(la magnifica obra de Roberto Arlt)
y su acto de valor frente al Imperio, una leyenda.

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