Las balas se detienen frente a mi.
Quedan congeladas,
suspendidas en el aire.
El elegante publico de galera y bombin
sigue atento la escena.
Grito con todo el aire de mis pulmones para intentar detenerlas:
¡Que viva la anarquía!
Me penetran, me desangran, de desgarran los órganos,
me matan.
(“Las balas han escrito la última palabra en el cuerpo del reo. El rostro permanece sereno. Pálido. Los ojos entreabiertos. Un herrero martillea a los pies del cadáver. Quita los remaches del grillete y de la barra de hierro. Un médico lo observa. Certifica que el condenado ha muerto. Un señor, que ha venido de frac y con zapatos de baile, se retira con la galera en la coronilla. Parece que saliera del cabaret. Otro dice una mala palabra.
(…) Yo estoy como borracho. Pienso en los que se reían. Pienso que a la entrada de la Penitenciaría debería ponerse un cartel que rezara:
— Está prohibido reírse.
— Está prohibido concurrir con zapatos de baile”. Roberto Arlt.)
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