En la foto veo ruinas, como si fuera una ciudad arrasada por las bombas. Ruinas y cadáveres despedazados, devorados por los buitres, llorados por huérfanos, viudas y hombres desolados, olvidados por siempre en fosas sobre las que se edifican torres de vidrio y acero. Una vez en Parati, al sur de Río de Janeiro, me atrapo una tormenta tropical. Eramos cuatro -la que era mi novia y dos flacos más que paraban en el mismo hotel- caminábamos bajo la tormenta cuesta arriba del morro, el agua caía como un manantial en nuestro pies, nos llegaba casi a las rodillas. Manaba barro y agua copiosos. Era la tierra de un antiguo cementerio de esclavos, era la tierra de los muertos.
Era un derrame de la historia, solo que no nos dábamos cuenta.
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