jueves, 5 de febrero de 2009
El gordo se contemplo frente al espejo de aquella habitación a la calle d el un Hotel perdido en los suburbios de Santo Domingo. Es de noche y en el cielo hay brillantes estrellas y una enorme luna frente a la ventana de la habitación. Hace calor y el gordo siente los ruidos de la ciudad dormida y las aspas del ventilador de techo. Es de medianoche. La ventana esta abierta. Al pie de la ventana una mesa y unas sillas. Una botella de ron, un paquete de cigarrillos negros, un vaso, un cenicero y poco más sobre la mesa. Sobre la cama tirado el saco del gordo que esta sentado en mangas de camisa en una de las sillas. Lleva la corbata floja en el cuello. Fuma despaciosamente un cigarrillo mientras mira a través de la ventana. Se observa al pasar la mirada frente a un espejo. Tiene el pelo engominado algo revuelto y el bigote emblanquecido. Pasa el dedo índice de su mano izquierda sobre el bigote, se observa el dedo y lo chupa. Vuelve a mirarse y el bigote vuelve a su color. El gordo apaga la colilla del cigarrillo en el cenicero corriendo otras para poder aplastar la brasa contra el fondo. Un verdadero cementerio de restos de cigarrillos. El gordo toma un billete enrollado de dólar, mira el espejo y esnifa sobre una raya de cocaína. Un poco de cada lado. Transpira. Levanta la mirada y busca el vaso y el ron. Se sirve una medida y toma el trago. El gordo inspira profundamente. Buffea y tose. Mira al costado de la cama sobre la mesa de luz. Unos artículos mimeografiados de una revista donde estaba leyendo unos artículos de debate entre Hermes Radio y el colorado Ramos. Cómo entender el peronismo lleva parte de la polémica. El gordo se pregunta lo mismo ¿cómo entender el peronismo?. Enciende otro cigarrillo. Sigue mirando a la mesita de luz, sobre los artículos una colt 45. Sobre el revolver una de Alicia. El gordo se levanta de la silla y deja caer la ceniza al piso. Cae gris lenta y suavemente. La silla hace ruido, también las aspas del ventilador. Un ladrido de perro a la distancia. Hecha una mirada a la carta y vuelve a la silla. Nuevamente el ritual de apagar el cigarrillo y mirarse al espejo. Se pasa la mano sobre el cabello engominado para emprolijarlo, abre una cajita y esta vez desde una cucharita de café se lleva un poco de cocaína a la nariz. Aspira con fuerza, transpira. Los ojos se le encienden. Piensa en Alicia ¿Dónde estará? Piensa en el viejo y su cuerpo siente una mezcla de bronca y angustia.
Esa tarde se reunieron el viejo y el gordo en un bar del centro de Santo Domingo. Tomaron un café y un aperitivo mientras duro la discusión. El viejo fue terminante: o abandonaba sus vínculos con los traficantes locales o terminaba de perder su posición en el movimiento. No lo pensaba tolerar. El gordo se había refugiado en aquel Hotel luego de la discusión. Estaba alterado y necesitaba pensar. Encima Alicia se había ido vaya a saber donde. Tenía que tomar decisiones y no podía poner la cabeza en frío. El gordo volvió a tomar otro pase de cocaína de la cucharita. Luego de aquel pase se calmo. Miro el ventilador y se saco la ropa, la que acomodo sobre la silla, mientras quedaba en camiseta y calzoncillos. Fue al cajón de la mesa de luz y conto el dinero que había ganado la noche anterior en la partida de poker y las balas que le quedaban. Prendió otro cigarrillo tras otro, tomo otro trago de ron tras otro hasta acabar la botella y consumió pase de cocaína tras otro hasta entrada la madrugada. Luego se acostó a intentar dormir, luego de una noche interminable. Ya había tomado su decisión.
El gordo guardo su ropa en una valija y se dirigió a un aeródromo en taxi. Contrato una avioneta para ir a México. Vestía un traje azul claro y la corbata lucia prolija, sobre el cabello engominado un sombrero tipo panamá. El piloto le pidió que no fumara. A lo que el gordo hizo caso omiso. En pleno vuelo el gordo se acomodo en el asiento, miro al piloto y luego de llevarse la mano derecha a la cintura, saco el revolver Colt y lo puso en la sien del piloto. Le dijo con autoridad. –Hacia Cuba, La Habana. El piloto temiendo por su vida le hace caso. El avión aterriza esa tarde en el aeropuerto de La Habana. Un grupo de soldados del Ejercito Rebelde lo rodea. El gordo y el piloto son apresados de inmediato y llevados a distintas salas del aeropuerto. El gordo esta sentado en una silla frente a un hombre vestido con uniforme verde oliva, gorra y una profusa barba rojiza. El gordo suda y tiene la camisa pegada al cuerpo. Lo interroga –¿Quien eres? ¿Quien te ha enviado? ¿De donde vienes? ¿Qué haces tu aquí argentino?. De golpe siente pasos de fondo y la puerta que se abre. Entran dos jóvenes milicianos de piel morena y detrás de ellos el hombre de mayor autoridad. Lleva un puro encendido. El gordo lo mira con sorpresa y le dirige la palabra –Comandante, soy argentino, mi nombre es John Willkiam Cooke, vengo a ponerme a disposición de la revolución cubana y a aprender de ella, en nombre del peronismo. –Ya se quien sos gordo, pero la próxima vez llega por un avión de línea. El Che remata -No creo que Perón este muy contento de tu decisión, pero bienvenido. Guevara se sienta frente a Cooke y le ofrece agua o café, algo para tomar. El gordo acepta y agrega –Y si es posible un cigarrillo…
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