Eran mis últimos pesos
y lo que llevaba en el bolsillo...
era lo único que tenia
para comer y moverme en los próximos días.
Sin embargo,
y siempre hay momentos donde prosperan
los sin embargo,
había perdido la cabeza por un par de rayas
convidadas por un amigo y
snifadas junto a él.
Con mi cabeza danzando a mil por horas,
haciendo un recorrido frio de mis problemas
mientras alimentaba en el mismo registro
un deseo caliente de sexo y
un pensamiento obsesivo por tomar más cocaína.
Luego de debatirlo internamente
-alcanzado por la ansiedad-
opte por comprar más cocaína,
del resto luego veríamos.
Llame al dealer
-nos vemos en media hora en San Juan y Pichincha,
fueron sus palabras.
Me fui caminando desde mi casa en Once
hasta aquel lugar.
Mi estado no era el mejor para corretear por las calles
Transpiraba exageradamente y mi capacidad de conversación
estaba prácticamente reducida a cero.
Una fría mirada paranoica era mí guía.
Antes de salir fume un poco de marihuana,
para bajar la ansiedad,
lo que no hizo más que agregar paranoia a mi actitud.
Hacía un calor infernal y yo sudaba a raudales
aterrorizado de todo lo que sucedía a mi alrededor:
los autos, la oscuridad de la noche,
la gente caminando en las veredas,
las miradas inquisidoras de los que ocupan la calle
para mitigar el calor con algo del fresco de la noche.
Un patrullero se detuvo a cincuenta metros de donde yo estaba parado.
Dos policías armados con Itakas se dirigian hacia mí.
No atinaba a salir por temor a llamar la atención
inconsciente de si yo era su blanco,
después de todo estaba limpio y tenía tan solo mi escaso dinero encima
En ese mismo instante siento una mano en mi espalda.
Salte sobresaltado como si todos los demonios del infierno
Se hubieran conspirado para destriparme.
Era el dealer, saludándome.
–Como estas viejo, cuanto necesitas?.
De frente a pocos metros dos policías amenazantes con sus Itakas,
el corazón latía al ritmo acelerado de un tambor de guerra.
Cuando pienso que estoy perdido , atino a ver un gran cartel luminoso:
“Pizza”,
la sangre me volvió al cuerpo.
El dealer saca su paquete de entre las piernas y
me hace entrega de dos bolsitas.
Antes de retirarme,
Opto por ingresar al baño de aquella pizzería,
los policías, en el mostrador, esperando el favor del pizzero.
En el baño, sobre la tapa del inodoro,
tomo un pase por cada orificio.
Cuando salí de aquel local,
sentí el latido del corazón
como una nota inspirada de la muerte.
Regresando a mi casa,
la noche,
reiniciaba su ciclo.
y lo que llevaba en el bolsillo...
era lo único que tenia
para comer y moverme en los próximos días.
Sin embargo,
y siempre hay momentos donde prosperan
los sin embargo,
había perdido la cabeza por un par de rayas
convidadas por un amigo y
snifadas junto a él.
Con mi cabeza danzando a mil por horas,
haciendo un recorrido frio de mis problemas
mientras alimentaba en el mismo registro
un deseo caliente de sexo y
un pensamiento obsesivo por tomar más cocaína.
Luego de debatirlo internamente
-alcanzado por la ansiedad-
opte por comprar más cocaína,
del resto luego veríamos.
Llame al dealer
-nos vemos en media hora en San Juan y Pichincha,
fueron sus palabras.
Me fui caminando desde mi casa en Once
hasta aquel lugar.
Mi estado no era el mejor para corretear por las calles
Transpiraba exageradamente y mi capacidad de conversación
estaba prácticamente reducida a cero.
Una fría mirada paranoica era mí guía.
Antes de salir fume un poco de marihuana,
para bajar la ansiedad,
lo que no hizo más que agregar paranoia a mi actitud.
Hacía un calor infernal y yo sudaba a raudales
aterrorizado de todo lo que sucedía a mi alrededor:
los autos, la oscuridad de la noche,
la gente caminando en las veredas,
las miradas inquisidoras de los que ocupan la calle
para mitigar el calor con algo del fresco de la noche.
Un patrullero se detuvo a cincuenta metros de donde yo estaba parado.
Dos policías armados con Itakas se dirigian hacia mí.
No atinaba a salir por temor a llamar la atención
inconsciente de si yo era su blanco,
después de todo estaba limpio y tenía tan solo mi escaso dinero encima
En ese mismo instante siento una mano en mi espalda.
Salte sobresaltado como si todos los demonios del infierno
Se hubieran conspirado para destriparme.
Era el dealer, saludándome.
–Como estas viejo, cuanto necesitas?.
De frente a pocos metros dos policías amenazantes con sus Itakas,
el corazón latía al ritmo acelerado de un tambor de guerra.
Cuando pienso que estoy perdido , atino a ver un gran cartel luminoso:
“Pizza”,
la sangre me volvió al cuerpo.
El dealer saca su paquete de entre las piernas y
me hace entrega de dos bolsitas.
Antes de retirarme,
Opto por ingresar al baño de aquella pizzería,
los policías, en el mostrador, esperando el favor del pizzero.
En el baño, sobre la tapa del inodoro,
tomo un pase por cada orificio.
Cuando salí de aquel local,
sentí el latido del corazón
como una nota inspirada de la muerte.
Regresando a mi casa,
la noche,
reiniciaba su ciclo.
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