Lupe viajaba en el micro por la autopista que une La Plata y Buenos Aires. Era cerca de las seis de la tarde. El ocaso era una serie confusa de rayos anaranjados flúor, fuertes, casi encendidos y nubes grises que ocultaban la tarde azul. En el respaldar del asiento sintió la molestia de algo que presionaba para salir desde el tapizado. Apenas se corrió para ver que era aquella molestia, pensando que seguramente se trataba de la pierna inquieta del ocupante de atrás, una bola sanguinolenta de de dientes afilados y pequeños tentáculos con garras en las puntas salio de dentro del tapizado y cayo en la cara de una morena cuarentona que estaba en el asiento de adelante. En pocos segundos aquella criatura vacío la cuenca de sus ojos, devoro la lengua y y extrajo de aquel cuerpo los fluidos para convertirlo en una pasa masticada. El hombre de al lado se trenzo en una feroz disputa con la criatura, perdió los dedos índice y pulgar de su mano derecha que se deslizaban por la ventanilla dejando su estela de sangre ennegrecida. Los demás contemplaban atónitos. Los rayos anaranjados se transformaron en fuego y Quilmes comenzó a arder a lo lejos. La luna se apoderaba de la melena rubia del sol y un frío congelante paralizo los autos.
Orson Welles humedecía su cigarro en la mojada vagina de una rubia aspirante a estrella.
El amor se disolvía como el ácido penetrando el acero dejando oxido y herrumbre. Una estela de odio se apodero de la noche.
Lupe se entrego a aquella criatura como un amante enloquecido.
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