jueves, 22 de marzo de 2012

Puto

Me cuesta aun hablar de ello. Tanto que lo llamo ello y no entro directamente en el asunto. Y cual es el asunto? Que soy homosexual –puto me gusta más, en esa expresión dicha para la vergüenza me identifico y me sostengo- y me siento libre y feliz de poder decirlo abiertamente (para decirlo más visceralmente, cargo carne por popa, me gusta jugar a la ambulancia para que me llenen por la cola). Ya se, ya se, nunca fue la timidez o la prudencia lo que me caracterizo. Ya se, ya se, siempre hice gala de la lujuria, la bisexualidad y la voracidad carnal. Pero no se trata de eso. Sino de saber quien es uno, de poder sentirse cómodo con uno mismo y con la verdad de lo que te dicta el deseo. Cierto, nunca me reprimí y siempre que quise estar con uno o varios hombres lo hice. Cierto también que tuve en el pasado relaciones con hombres que me llenaron y por los cuales sentía amor. Pero también es cierto que nunca me jugué por ello. Que siempre me rendí ante el miedo del que dirán y del juicio del otro. Tuve miedo y el miedo paraliza. Toda la libertad de mis actos se ahogaba en el temor de las palabras. Hasta que llego un momento que toda la fuerza de las palabras se ahogaba en la impotencia de mis actos. Maldita sociedad burguesa que nos condena a la esclavitud del salario y la represión de nuestros cuerpos. Maldita hipocresía que nos obliga a aceptar contra nuestra voluntad sus normas podridas y sus instituciones. La sexualidad es dinámica y la vida nos lleva por sinuosos caminos hacia distintos sitios donde nos perdemos y enterramos las viejas aventuras que nos prometimos o nos abrimos paso a nuevas aventuras. Hoy tengo una certeza. Que a los 17 años cuando aquél muchacho de pelo rizado me penetro por primera vez en mi vida, nació en mí el hombre, el amante, la pasión por la provocación y el escándalo, el fuego. Quien quiera oír, que oiga. Hace tiempo ya que he perdido el miedo. Como siempre pensé, la libertad no se pide, se conquista. No me interesa de ustedes ser aceptado, sino ser parte de su deseo.

miércoles, 14 de marzo de 2012

Una hora veinte

Tren de Constitución a La Plata. Llovía y los asientos metálicos del tren estaban mojados. En uno de los vagones se encuentran sentados en distintos lugares al menos cuatro personas. Un hombre viejo que esta muy borracho, vestido con remera y gorra que lleva una mochila –de donde extrae una botella de agua mineral llena de cerveza- y una bolsa de plástico; un hombre vestido de campera deportiva y chomba que escucha música de su celular, un guarda de corbata y polar azul con su novia una morena silenciosa de mediana edad vestida de jean y remera negra. Estos últimos charlan entre sí. En Avellaneda sube un grupo de entre seis y siete chiquillos cuyas edades rondan entre los 10 y los 13 años. Se sientan en el vagón. Tienen cara de cansancio y hambre. Los más grandes parecen curtidos por el paco. Bromean, gritan, juegan. El hombre borracho los increpa, lanza gritos y palabras inentendibles. Lo único que se puede distinguir de lo que dice es que la bruja Verón es lo más grande que hay –lo que indica que es hincha del Pincha- y cuando lo afirma el hombre borracho se golpea violentamente el puño. Los chiquillos bromean con el hombre y lo molestan. Lo tratan de loco y borracho. El viejo los amenaza. Ellos se burlan, pero antes de llegar a Quilmes, el hombre se pone de pie e intenta tomar del brazo a uno de los chiquillos más grande, este se suelta con violencia y lo empuja, el borracho cae de espaldas y su nuca da contra las puntas de uno de los asientos metálicos, los chiquillos saltan enseguida encima de él. Lo pisotean y patean. Uno de los más grandes saca una especie de punzón y lo clava al hombre viejo y borracho que ya esta caído inconciente en el suelo. Un gran charco de sangre rojo intenso. El hombre con campera deportiva mira. El guarda con su novia miran. Ninguno interviene. No hay miedo sino absoluta indiferencia. Entrando en Quilmes, en un segundo lo saquean, le sacan la visera, las zapatillas viejas que llevaba puesta, la mochila y la bolsa. Bajan corriendo y gritando a la dársena de la estación y se pierden en la noche que ahora deja ver brillantes estrellas en el firmamento. Los ocupantes del vagón huyen de la escena, evitan el cuerpo y la sangre. El cuerpo del hombre caído sigue su viaje una estación más donde lo bajaran al andén y quedara tirado allí cubierto por diarios viejos y rodeado de policías. El tren no se atrasa, en una hora veinte, como siempre, llega a La Plata.

domingo, 4 de marzo de 2012

los soldados y las orquideas

No hay amor, no hay mas que unos cuantos muertos guardados en el placard, hay paredes sucias y restos de comida de la noche anterior sobre la mesa. Hay hojas sueltas algunas tucas botellas vacías y calor. No hay recuerdo tan solo viejas historias que se deslizan por las ventanas. Muere el verano como mueren los soldados y las orquídeas. Como el amante inocente de la mantis religiosa.